jueves, 9 de abril de 2015

¿Se puede aprender a ser buenos padres?

  CRIANZA  


La autoexigencia que tienen los padres de ser “perfectos” para sus hijos, muchas veces los lleva a un comportamiento mecánico y poco espontáneo que no los beneficia.


La encuesta realizada por Wonderpanel a 5000 madres en Capital Federal y en el conurbano, arroja como resultado que el 60 % acude a libros en busca de consejos para la crianza de sus hijos. Sin embargo, saber acerca del desarrollo de los niños, no garantiza el éxito en la educación, y mucho menos, un buen vínculo con ellos. Los hijos necesitan vivir con seres humanos que tengan logros y errores y que no estén preocupados por hacer “lo correcto” en función de parámetros externos o de ‘instruirse’. Si los padres desempeñan un papel o un rol, acorde a lo aprendido o al “deber ser”, los hijos los descubrirán cuando los encuentren fuera del escenario y sin maquillaje. (Winnicott)
No es necesario saberlo todo, los niños crecen y se desarrollan aunque no comprendamos lo que les sucede, ya que es parte de su naturaleza. Donald Winnicott (pediatra y psicoanalista), considera que los padres “suficientemente buenos” son los padres reales, más que a los ideales que pueden ser predecibles, coherentes y auténticos ante sus hijos.
Ser buenos padres, no implica evitarle frustraciones a un hijo ni esconderle las debilidades que tenemos. Sin embargo, es habitual la dificultad en poner límites y el esfuerzo por ocultar defectos propios ya que de hacerlo, nuestros hijos podrían vernos como malos.

  • Poder tolerar el enojo que les generan los “NO”, sin ceder a todas sus pretensiones, los ayuda a crecer. El enojo de los hijos suele afectar a las madres al punto de hacerlas sentir angustiadas, deprimidas o culposas. Esto puede llevarlas a retractarse de los límites impuestos para recuperar la aprobación de su hijo y evitar así las confrontaciones. Si esta situación se retroalimenta en el tiempo, puede derivar en hijos que tiranizan a los padres. No son los padres los que deciden las reglas de convivencia, sino los hijos los que a través de berrinches y de reproches, dirigen a la familia entera.
  • Poder reconocer nuestros errores, nos humaniza y los ayuda a aceptar sus propias faltas. Si los padres se ubican en un lugar de “perfectos”, generan una distancia con sus hijos y promueven la idealización. Ej: “mi papá nunca se equivoca, mi mamá hace todo bien”. Esto los lleva a verse imperfectos ante cada falla o equivocación y puede potenciar la autoexigencia. Ej: “A mi no me salen las cosas bien, siempre hago lío, quiero que me salga todo bien como mi papá, pero no lo consigo”. Es más posible imitar o identificarse con padres imperfectos, que tratar de parecerse a padres perfectos.

La paternidad y la maternidad se construyen a lo largo de la vida. El mejor aprendizaje es la experiencia y la elaboración de nuestra propia historia como hijos. Por más que tratemos de instruirnos con libros de educación y de crianza, la relación cotidiana con nuestros hijos nos enfrentará a situaciones infinitas en las cuales será necesario que innovemos. A veces, el haber padecido como niños, nos lleva a repetir el modelo de nuestros padres. Podemos querer “darles lo mejor” e intentar diferenciarnos de lo que criticamos, pero algo nos lleva a repetir modos de relación o de comunicación que nos marcaron de niños. Otras veces, creyendo que nos alejamos del modelo de nuestros padres, buscamos oponernos lo más posible a ellos y terminamos acercándonos más de lo que creemos, ya que “los extremos se tocan”.
Retomando el alto porcentaje de deriva de la encuesta hecha por Wonderpanel en donde en 60 % de las madres dice consultar libros para aprender acerca de cuestiones de crianza, concluimos que la enseñanza tiene límites y riesgos y que “el camino de la maternidad no está trazado, sino que se hace camino al andar”.

Lic. Claudia Yellati y Lic. Ruth Wicnudel.